Ya estábamos en Islandia, no me di cuenta realmente de donde estaba hasta que me levanté de la cama del hotel y miré por la ventana.
Poco tenía que ver el paisaje de la ventana del Hotel Plaza con el que me desperté la noche anterior en Vecindario.
A mi compañero de habitación y a mi se nos pegaron un poco las sabanas, supongo que por el jet lag, cuando nos fuimos a duchar nos dimos cuenta que la ducha no tenía tina pero al echar un vistazo al baño nos dimos cuenta de que no hacía falta.
Por novatos no encendimos la calefacción y al levantarnos subimos un ataque de frío, como si nos hubiéramos quedado a dormir en las neveras de la cofradía de pescadores.
Superado el escollo del frío y del entendimiento de la ducha Fabían y yo nos preparamos para el primer día de aventura.
Bajamos a desayunar a la planta baja del hotel y eso más que un desayuno parecía una cena de fin de año.
Sobre las nueve de la mañana nos reunimos en el hall donde se nos explicó nuestra misión para ese día.
Salimos del hotel para ir a nuestro primer destino y en el camino una mezcla de frío y cosas buenas que pasaban por mi retina me embriagaba.
Primero estuvimos en las oficinas de un banco donde la crisis no parecía haber pasado y a duras penas se relacionaban con nosotros, aunque todos poníamos empeño para intentar convencerlos para que fueran al casting.
Tras seguir «compartiendo nuestra fortuna» tuvimos un receso para pasear por las calles de la capital islandesa.
Tras almorzar y descansar un poco comenzamos a prepararnos para el pasacalles por las calles de Reykjavík, según algunos para molestar, pero es algo que en mi opinión se entendió mal.
Pero como una imagen vale más que mil palabras os recomiendo ver este vídeo:
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